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n. f.
Proceso de destrucción o eliminación por la acción del hombre de la superficies boscosa de una zona con un interés principalmente económico.
La reducción de los grandes bosques mediante talas o quemas comporta la pérdida de muchas especies animales y vegetales y, por tanto, una disminución de la biodiversidad. Asimismo, implica una disminución de la cantidad de nutrientes contenidos tanto en la biomasa que forma el bosque como en los suelos, pues el sustrato es arrastrado por la escorrentía al carecer de la protección de la cobertura vegetal. Además, la deforestación conlleva también la pérdida de la capacidad de regulación climática que las grandes masas forestales ejercen mediante la evapotranspiración.
El problema de la deforestación no afecta por igual a todo el planeta. En general, los países más desarrollados habían perdido gran parte de sus bosques hace ya dos siglos, cuando la agricultura y la ganadería estaban en pleno apogeo. En la actualidad se encuentran en una situación inversa: las superficies boscosas están aumentando como consecuencia del abandono de las actividades agrarias. Sin embargo, en los países en vías de desarrollo con bosques tropicales el proceso de deforestación es alarmante y extremadamente rápido, gracias, en parte, a la tecnología aportada por empresas multinacionales, que multiplica el efecto que cabría esperar de actuaciones de tipo familiar.
Los procesos de deforestación pueden conducir hacia la desertificación.